domingo, 12 de junio de 2011

Javier Adúriz





O 21 de abril faleceu Javier Adúriz, admirado escritor bonaerense que tivo desde o primeiro día un lugar preferente no noso blog porque tamén o tiña no noso corazón.

No de Antón porque foi un benquerido amigo, compañeiro ademais por moitos anos na docencia, da que se xubilou moi pouquiño antes de caer enfermo.

No meu porque, anque nunca cheguei a coñecelo persoalmente, formou parte da miña vida a través da súa poesía, e porque puiden seguir os acontecementos dos seus derradeiros anos desde a distancia.

Despois de sete meses de preocupación e case outros dous de dó, queremos hoxe facerlle unha homenaxe con todo o agarimo con que o lembraremos sempre, e transmitirvos unha parte del que nunca morrerá, a mestría das súas palabras, escollidas por Antón :

La rosa de mirarte arde en silencio. Mastronardi

Está la calle y el aire
con sosiego,
está la cuadra detenida
y quieta, cuando te veo
al llegar.

¿Quién me dijera
que hacia el fin del día
mirarte es una fiesta,
una dicha sencilla,
un lujo de la vida?

La calle está en penumbra
y sin embargo
un resplandor distinto
al de horas tempranas
la ilumina.

Nada, es cierto, ni el dolor
dura entre ruinas.

El cemento, las ventanas cerradas,
los colgajos y carteles
ya no son lo que son,
se evaporaron
del caliente fluir de la memoria.

Y no veo el apenado
kiosco, ni la luz turbia
de las avenidas
informes, ni oigo los vientos
contrarios en mi corazón.

Tus manos son tus manos
como también las mías;
late un ansia de siglos
en la emoción de este minuto.

No será tal vez para siempre.
Un crujido en la sombra, algún sonido
ha de amustiar el brillo de los ojos.


Después –ya sé- un tiempo paralelo
se irá quedando a solas con nosotros,
pobremente felices,
rendidos y cansados.

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Llegaron los amigos,
Enrique en su lugar, Adela,
también Dora,
Celita y su marido.

Vamos abriendo las ventanas
del living. Y cada uno
empuña su copita.

Hay una conversación, un runruneo
que baja de los árboles
mientras un grillo entona compañero
frente a la trituración de la noche.

En un limbo, en el aire
hacemos un fervor, como los chicos.
Hasta la sombra se asoma en los rincones
Porque la vida se acalora y sonríe.

Un coro así, vibrante, sin mutismo
de cada cual emerge una agudeza,
la alegría.


Ser de nuestros amigos.

La desesperación no existe.

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De W.R.

Casi una variación repito estas palabras.
El tiempo, el tiempo puede
devorar la savia que mana de mi vida,
desacalorar el músculo, enfriar
el tacto para cada uno de los dedos
o alardear de someterme a tierra
y madera, llevarme todo
hasta la estrecha disposición
que ni ve ni oye. Puede, pero
de semejantes despojos
Dios me levantará.
Y te veré.


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